Pasan las semanas y aún no he hablado de
nuestro último viaje a Marruecos. De
hoy no pasa.
Qué decir? Todo un lujo, un auténtico
privilegio haber podido compartir unos días con espacios naturales y humanos
únicos e inolvidables: las montañas nevadas del Atlas, el valle de Ourika con
sus aldeas, Ouarzazate, Agdz, el inmenso palmeral del Valle del Draa, las
llanuras semidesérticas rodeadas de montañas de atardeceres naranjas, las
Kasbash de N'kob, los grabados rupestres de Tazzarine con imágenes de animales
de abundante vegetación (jirafas, elefantes, felinos...) de tiempos
relativamente remotos, las dunas, las pistas de esquí cercanas a Marrakech llenas de contrastes,
los niños vendiendo nueces o ardillas... y sobre todo, el grato recuerdo de
personas amables, sencillas, auténticas, dignas, respetables, humanas y de
trato exquisito en muchas ocasiones. Trato, que contrasta con las reacciones xenófoboides (existe el término?) hacia todo lo que representa lo marroquí, que percibo con
frecuencia al otro lado del Estrecho. Unas sutiles, o no tan sutiles, reacciones llenas de tópicos, prejuicios e incluso desprecios. Todo hay que decirlo!
Gracias.
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